pasajes que has truncado ligeramente se resuelven por sí mismos.»
»Y sorprendida al ver á un beduino hablar de esta manera, la joven cantarina acordó su laúd en el tono que le indiqué, y recomenzó su canto. Y salió tan hermoso y tan perfecto, que ella misma quedó profundamente conmovida y asombrada á la vez. Y levantándose de pronto, se arrojó á mis pies exclamando: «¡Por el Señor de la Caaba, juro que eres Hachem ben Soleimán!» Y como no estaba yo menos conmovido que la joven, ni contestaba, el califa me preguntó: «¿Eres verdaderamente quien dice ella?» Y contesté, descubriendo entonces mi cara: «Si, ¡oh Emir de los Creyentes! soy tu esclavo Hachem el Tabariano.»
»Y el califa quedó extremadamente satisfecho de conocerme, y me dijo: «Loado sea Alah, que te ha puesto en mi camino, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Esta joven te admira más que á todos los músicos de este tiempo, y jamás me canta otra cosa que cantos y composiciones tuyas.» Y añadió: «¡Por tanto, quiero que en adelante seas amigo y compañero mío!» Y le di las gracias y le besé la mano.
»Luego la joven que habia cantado se encaró con el califa y le dijo: «¡Oh Emir de los Creyentes! ¡después de este momento dichoso, tengo que hacerte una petición!» Y el califa dijo: «¡Puedes hacerla!» Ella dijo: «Te suplico que me permitas rendir homenaje á mi maestro, ofreciéndole una prueba de mi gratitud.» El califa dijo: «Desde lue-