taba y me dijo con aire preocupado: «¡Oh Yacub! todavía queda por resolver otra dificultad. Y me parece ardua la cosa.» Yo pregunté: «¿Qué dificul- tad es esa, ¡oh Emir de los Creyentes!» Él dijo: «Como ha sido esclava de otro, esta joven debe esperar un número previsto de días antes de per- tenecerme, à fin de que tenga la certeza de no ser madre por influencia de su primer amo. Pero si no estoy con ella esta misma noche, tengo la seguri- dad de que me estallará de impaciencia el hígado, y moriré indudablemente.»
Entonces, tras de reflexionar un instante, con- testé: «La solución de la dificultad es muy sencilla, joh Emir de los Creyentes! Esa ley no reza mas que para la mujer esclava; pero no previene días de espera para la mujer libre. Liberta, pues, en se- guida á esta esclava, y casate con ella cuando sea mujer libre. >> Y con el rostro transfigurado de ale- gría, exclamó Al-Rachid: «¡Liberto ȧá mi esclava!»> Luego me preguntó, súbitamente inquieto: «Pero ¿quién va á casarnos legalmente á hora tan tardía? Porque quiero estar con ella ahora, en seguida.» Y contesté: «Yo mismo joh Emir de los Creyentes! os casaré legalmente ahora.»
Y llamé para testigos á los dos servidores del califa, Massrur y Hossein. Y cuando estuvieron presentes, recité las plegarias y las fórmulas de invocación, dije la alocución ritual, y después de dar gracias al Altísimo pronuncié las palabras de unión. Y estipulé que el califa, como es de rigor,