torturas. ¡Alah los tenga á todos en su compasión! ¡Terrible fué su desgracia!
Y ahora, ¡oh rey del tiempo! si deseas conocer el motivo de esta desgracia de los Barmakidas y de su fin lamentable, helo aquí.
Un día, la hermana pequeña de Al-Rachid, Ali- yah, años después del fin de los Barmakidas, se puso á decir al califa, que la acariciaba: «¡Oh mi señor! ya no te veo ni un día con calma y tranqui- lidad real desde la muerte de Giafar y la desapa- rición de su familia. ¿Por qué motivo probado in- currieron en tu desgracia?» Y Al-Rachid, ensom- brecido de repente, rechazó á la tierna princesa, y le dijo: ¡Oh niña mía, vida mía, única dicha que me resta! ¿de qué te serviría conocer ese motivo? ¡Si yo supiera que lo conocía mi camisa, la desga- rraria en tiras!»
Pero los historiadores y recopiladores de anales se hallan lejos de ponerse de acuerdo respecto á las causas de aquella catástrofe. Esto aparte, he aqui las versiones que han llegado á nosotros en sus es- critos.
Según unos, fueron las liberalidades sin nombre de Giafar y de los Barmakidas, cuyo relato cansaba incluso los oidos de quienes las habían aceptado, las que, creándoles todavía más envidiosos y ene- migos que amigos y agradecidos, habían acabado por hacer sombra á Al-Rachid. En efecto, no se ha- blaba mas que de la gloria de su casa; no se po-