peranza, y le encontró más hermoso que la imagen de su sueño. Y por su parte, el príncipe Jazmín vió que el derviche no le había engañado y que aque- lla luna era la corona de las lunas. Y ambos sin- tiéronse con el corazón unido por los lazos de la tierna amistad y del afecto real. Y su dicha fué tan profunda como la de Majnún y Leila, y tan pura como la de los antiguos amigos.
Y después de los besos dulcísimos y las expan- siones de su alma encantadora, invocaron al Señor del perfecto amor para que jamás el firmamento tiránico hiciese llover sobre su ternura las pie- dras del disgusto ni descosiera la costura de su reunión.
Luego, para resguardarse en adelante del ve- neno de la separación, los dos amantes reflexiona- ron á solas, y pensaron que era preciso dirigirse sin tardanza al propio rey Akbar, quien, como amaba á su hija Almendra, no le rehusaba nada.
Y dejando á su bienamado entre los árboles, la suplicante Almendra fué en busca de su padre el rey, y con las manos juntas, le dijo: «¡Oh meridiano de ambos mundos! tu servidora viene á hacerte una petición.» Y su padre, extremadamente asombrado á la vez que encantado, la levantó con sus dos ma- nos y la estrechó contra su pecho, y le dijo: <En verdad ¡oh Almendra de mi corazón! que debe ser tu petición de urgencia extremada, ya que no va- cilas en abandonar tu lecho en medio de la noche para venir á rogarme que te la conceda. Sea lo que