su antojo, se sentó en una piedra blanca que había tirada en tierra, y cogió su flauta, manantial de embriaguez.
Y he aquí que, guiados por el olfato, los dos terribles cerdos-gamos llegaron de repente al claro donde estaba Jazmin, rugiendo á imitación de la nube cargada de truenos. Y el principe de mirada dulce los acogió con los sones de su flauta, y los inmovilizó con el encanto de su ejecución. Luego, lentamente, se levantó y salió de la selva, acom- pañado por los dos espantosos animales, uno á su derecha y otro á su izquierda, y seguido por todo el rebaño. Y de tal suerte llegó bajo las ventanas del rey Akbar. Y todo el mundo le vió y quedó su- mido en el asombro.
Y el principe Jazmín hizo entrar en una jaula de hierro á los dos cerdos-gamos y se los ofreció al padre de Almendra en calidad de homenaje. Y ante aquella hazaña, el rey llegó al limite de la perple- jidad, y retiró su mano de la condenación de aquel león de héroes.
Pero los hermanos de la enamorada Almendra no quisieron deponer su rencor, y para impedir que su hermana se uniera con el joven, idearon casarla á disgusto con su primo, el hijo del tio calamitoso. Porque decían: «Hay que atar el pie à esa loca con la cuerda resistente del matrimonio. Y entonces se olvidará de su insensato amor.» Y sin más ni más, organizaron la procesión nupcial, y contrataron á músicos y cantarinas, á clarinetes y tamborileros.