á su mensajero, envió á la descubierta á otro jine- te. Y éste, al encontrar sin vida en el camino á su compañero, persiguió al viajero y le gritó desde lejos la misma intimación que le habia dirigido el primer agresor. Pero el hombre hizo como si no oyera. Y el jinete de Doreid corrió tras él, lanza en ristre. Pero el hombre, sin conmoverse, entregó de nuevo á su dama el ronzal del camello, y arre- metió de pronto contra el jinete, dirigiéndole estos versos:
¡He aquí que cae sobre ti la fatalidad de colmillos
de hierro, oh retoño de la infamia, que te pones en el
camino de la mujer libre é inviolable!
¡Entre ella y tú está tu señor Rabiah, cuya ley, para un enemigo, es el hierro de su lanza, una lanza que le obedece à la perfección!
Y cayó el jinete con el hígado traspasado, ara- ñando la tierra con sus uñas. Y de un trago bebió la muerte. Y el vencedor prosiguió su camino sin apresurarse.
Y Doreid, lleno de impaciencia é inquieto por la suerte de sus dos jinetes, destacó á un tercer hombre con la misma consigna. Y el explorador llegó al sitio consabido y encontró á sus dos com- pañeros tendidos sin vida en el suelo. Y más allá divisó al extranjero, que caminaba con tranquili- dad, conduciendo con una mano al camello de la dama y arrastrando perezosamente la lanza. Y le