en casa. Sin embargo, desde el momento que no puedo ser un lazo de unión entre ambos, te aconse- jaré con mis palabras. Vuelve esta noche al mismo sitio y resiste à la tentación del sueño. Y para lo- grarlo, evita el comer, pues el alimento entumece los sentidos y los afloja. Cuida de no dormirte, y verás llegar á tu amada al promediar la noche. ¡Alah te tenga bajo su protección y te defienda de las perfidias!»
Deseé con toda mi alma que viniese la noche cuanto antes, y cuando me disponía á salir, me de- tuvo Aziza un momento para decirme: «Te encar- go que, cuando la joven te haya concedido lo que deseas, no olvides recitarle la estrofa que te he enseñado.» Y yo contesté: «¡Escucho y obedezco!»> Y sali de la casa.
Llegué al jardín, y encontré el salón magnífi- camente iluminado, con las bandejas cargadas de manjares, pasteles, frutas y flores. Y apenas el per- fume de las flores, y de los manjares, y de todas aquellas delicias me llegó á la nariz, no se pudo contener mi alma, y comí de todo hasta hartarme, y bebí en la vasija barnizada, como gustaba á mi alma, y volví á beber hasta la dilatación completa de mi vientre. Me senti muy alegre, empecé á par- padear, y queriendo vencer el sueño traté de abrir- me los ojos con los dedos, pero fué en vano. Enton- ces me dije: «Voy á echarme un poco, el tiempo preciso para descansar la cabeza en el almohadon, y nada más. ¡Pero no dormiré!» Y en seguida cogi