ropa se hallaba empapada de lágrimas. Entonces, Aziza se apresuró á darme de comer, y ella misma me ponía los pedazos en la boca, y yo no tenía mas que tragarlos, y asi hizo hasta que me quedé com- pletamente harto. Después me dió una taza de azu- faifas con agua de rosas y azúcar, un refresco exce- lente. En seguida me lavó las manos, me las limpió con una servilleta perfumada con almizcle, y me roció con agua de rosas. Luego me trajo un magní- fico ropón, me lo puso, y me dijo: «¡Si Alah quiere, esta noche será para ti la noche de tus delicias!» Y al acompañarme hasta la puerta, añadió: «Y sobre todo, no olvides mi encargo.» Yo pregunté: «¿Qué encargo es ese?» Y ella dijo: «¡Oh Aziz! La estrofa que te he enseñado.»
Llegué al jardin, entré en la sala y me senté so- bre las riquisimas alfombras. Y como estaba harto, miré indiferente las bandejas, y me puse ȧ velar hasta la medianoche. Y no veía á nadie, ni oía nin- gún ruido. Y me pareció entonces que aquella noche era la más larga del año. Pero tuve paciencia, y aguardé un poco más. Y cuando habían transcurrido las tres cuartas partes de la noche y empezaban á cantar los gallos, comenzó el hambre á torturarme, y poco a poco se hizo tan fuerte, que no podía re- sistir la tentación de la bandeja; y de pronto me puse de pie, quité el paño, comi hasta la saciedad, y bebí un vaso, y después dos, y hasta diez. Me senti dominado por un gran sopor, pero me defendi enér- gicamente, me enderecé, y movi la cabeza en todos