sentidos. Y he aqut que cuando iba á rendirme el sueño, oi un rumor de risas y sedas. Y apenas ha- bía tenido tiempo de incorporarme y lavarme las manos y la boca, cuando vi que el gran cortinaje del fondo se levantaba. Y entró ella, sonriente y rodeada de diez esclavas jóvenes, hermosas como estrellas. Y era la propia luna. Iba vestida con una falda de raso verde, bordada de oro rojo. Y sólo para darte una idea de ella, ¡oh mi joven señor! te diré los versos del poeta:
¡Hela aqui! ¡La joven magnifica, de mirada arro- gante! ¡A través del vestido verde sin botones, se tien- den alegres los pechos espléndidos! Su cabellera está destrenzada! Y si, deslumbrado, le pregunto su nombre, me dice: "¡Soy la que abrasa los corazones en un fuego inmortal!>> Y si le hablo de los tormentos de amor, me con- testa: «Soy la roca sorda y el azur sin eco! ¡Oh joven candoroso! ¿Se queja alguien de la sordera de la roca y de la sordera del azur?>> Y entonces le digo: «10h mujer! ¡Si tu corazón es la roca, sabe que mis dedos, como en otro tiempo los de Moisés, harán brotar de la roca la limpidez de un ma- nantial!»>
Cuando le recité estos versos, sonrió y me dijo:
<<¡Está muy bien! Pero ¿cómo has logrado vencer
el sueño?» Y contesté: «¡La brisa que te ha traído
ha vivificado mi alma!»