paciencia, no tiene que hacer mas que desear la muerte! ¡He pasado la vida entera en la renunciación! ¡Y morirė privada de las palabras del amigo! ¡Cuando muera, transmitid mi saludo à la que fué la desgracia de mi vida!
Después añadió: «¡Oh hijo de mi tio! Te ruego
que, cuando vuelvas á ver á tu enamorada, le repi-
tas estas estrofas. ¡Y séate la vida dulce y fácil, ¡oh
mi amado Aziz!»
Al llegar la noche, volví al jardín, según cos- tumbre, y encontré à mi amiga, que me estaba es- perando en la sala; y nos sentamos uno al lado del otro, nos pusimos á comer y á beber, y nos solaza- mos de diversos modos. Después nos acostamos en seguida y permanecimos entrelazados hasta la ma- ñana. Entonces, recordando la promesa, le recité à mi amiga las dos estrofas.
Y apenas las hubo oido, lanzó un gran grito, y retrocediendo asustada, exclamó: «¡Por Alah! ¡La persona que ha dicho esos versos debe de haber muerto seguramente à estas horas!» Y añadió: «Deseo, por consideración á ti, que esa persona no sea pariente tuya, ni hermana, ni prima. Porque te repito que seguramente pertenece ya al mundo de los muertos. Y yo exclamé: «¡Es mi prometida, la propia hija de mi tio!» Y ella repuso: «¿Por qué mientes de ese modo? ¡Eso no puede ser verdad! ¡Si fuese tu prometida, la querrías como es debido!»