PERO CUANDO LLEGÓ
LA 120.a NOCHE
Ella dijo:
...¡Ah hijo mío! ¡qué prometido tan fatal has sido para la pobre Aziza!» Y cuando iba á seguir agobiándome con sus reconvenciones, entró mi pa- dre; y se calló delaute de él. Mi padre empezó en- tonces á hacer los preparativos para los funerales. Y cuando todos los amigos y los parientes estuvie- ron reunidos, celebramos los funerales é hicimos las ceremonias acostumbradas en los grandes entierros. Y permanecimos tres días en unas tiendas de cam- paña que se levantaron junto à la tumba para reci- tar allí el Libro Sublime.
Entonces volví á casa, junto á mi madre, y sen- tía mi corazón lleno de piedad hacia la infortuna- da muerta. Y mi madre se acercó á mí y me dijo: <<¡Hijo mio! Confiame qué cosas has hecho contra la pobre Aziza para hacerle estallar el corazón. Porque, ¡oh hijo mío! por más que le pregunté la causa de su enfermedad, nunca quiso revelarme nada. Y sobre todo, jamás pronunció una queja contra ti, pues hasta el último momento no hizo mas que bendecirte. Conque ¡por Alah sobre ti! cuéntame lo que le hiciste à esa desventurada para hacerla morir de ese modo.» Y yo contesté: «¡No