corazón á la joven Tamacil, que vino secretamente á darme un pan de cebada y un cántaro de agua durante todo el tiempo que el general de los mon- jes permaneció en el monasterio. Y estuvo mucho tiempo alli, porque se encontraba tan á gusto que acabó por escogerlo como residencia habitual, y cuando se veía obligado á abandonarlo, dejaba en el monasterio á la joven Tamacil, guardada por el monje Matruna.
>>De esta suerte permanecí encerrado allí duran- te cinco años. La joven Tamacil adquirió todo el esplendor de su hermosura y superaba á las mu- chachas más bellas de su tiempo. Y os puedo ase- gurar que ni en nuestro país ni en el país de los rumis hay otra igual. Pero no es esta la única joya que encierra aquel monasterio: se han hacinado en, él tesoros innumerables en oro, plata, alhajas y ri- quezas de todas clases, que superan á cualquier cálculo. Así es que debíais asaltar el monasterio y apoderaros de la joven y de los tesoros. Yo os ser- viré de guía para abriros los escondrijos y los ar- marios, especialmente el gran armario del general de los monjes, que es el que encierra las más her- mosas vasijas de oro cincelado. Y os entregaré además esa maravilla digna de los reyes llamada Tamacil, que, además de su belleza, posee el don del canto y conoce todas las canciones de las ciu- dades y de los beduinos. Y os hará pasar días lumi- nosos y noches de azúcar y de bendición.
> En cuanto á mi salvación del subterráneo, ya