os han contado esos mercaderes cómo expusieron su vida para sacarme de entre las manos de aque- llos cristianos, ¡maldigalos Alah, á ellos y á su pos- teridad, hasta el día del Juicio!»
Los dos hermanos, al oir esta historia, se ale-
graron hasta el límite de la alegria, pensando en
todo aquello de que iban á apoderarse, singular-
mente en la joven Tamacil, de la cual decía la an-
ciana que á pesar de su juventud era maestra en el
arte de los placeres. Pero el visir Dandán había
escuchado esta historia con mucha desconfianza,
y si no se había levantado y se había ido, fué por
respeto á los dos reyes, pues las palabras de aquel
asceta extraño estaban muy lejos de convencerle.
De todos modos se calló, y no quiso decir nada por
temor de engañarse.
Daul'makán quería salir inmediatamente á la cabeza de su ejército, pero la Madre de todas las Calamidades le disuadió, diciéndole: «Temo que Dequianos, el general de los frailes, se asuste al ver tanto soldado, y se escape del monasterio Ile- vándose á la joven.» Entonces Daul'makán mandó llamar al gran chambelán, al emir Rustem y al emir Bahramán, y les dijo: «Mañana, apenas ama- nezca, marcharéis contra Constantinia, donde no tardaremos en unirnos con vosotros. Tú, ¡oh gran