dome perdido por algún extremo de la tierra. Me recibió sollozando, y al verme en aquella extrema palidez y debilidad...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 127.ª NOCHE
Ella dijo:
y al verme en aquella extrema palidez y debi- lidad, lloró más todavía. Entonces me asaltó el re- cuerdo de mi pobre y dulce Aziza, muerta de pena por mi culpa, y la eché de menos por primera vez, vertiendo por ella lágrimas de desesperación y arrepentimiento. Y cuando me hube calmado un momento, me dijo mi madre, con los ojos llenos de llanto: «¡Oh pobre hijo mio! Las desdichas habitan nuestra casa, porqué has de saber lo peor que po- dias saber: ¡tu padre ha muerto!» Al oirlo, se me atravesaron los sollozos en la garganta, quedé in- móvil, y caí después cara al suelo, y así estuve du- rante toda la noche.
Por la mañana me obligó å levantarme mi ma- dre, y se sentó á mi lado. Pero yo estaba como cla- vado en mi sitio, mirando el rincón donde acos- tumbraba á sentarse mi pobre Aziza, y las lágrimas