en que está bordada la segunda gacela que tienes delante de los ojos, ¡oh príncipe Diadema! Y mira los versos que se entrelazan en las orillas:
¡Llenaste mi corazón de tu deseo para sentarte enci- ma y triturarlo; acostumbraste á mis ojos á velar, y en cambio tú dormías!
¡Ante mi vista y ante los latidos de mi corazón, tu- viste sueños extraños á mi amor, cuando mi corazón y mis ojos se derretian de deseo por ti!
¡Por Alah! Hermanas mías, cuando me haya muer- to, escribid en el mármol de mi tumba:
«¡Oh tú que marchas por el camino de Alah! ¡he aquí la tierra en que descansa por fin una esclava de amor!>>
Al leer estas estrofas, lloré abundantes lágri-
mas, y me golpeé las mejillas. Y al desenrollar la
tela, cayó un papel, en el cual aparecían estas
líneas, escritas por la propia mano de Aziza...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.