acude en busca de la princesa Donia, en el reino de su padre, en las Islas del Alcanfor y el Cristal. Pero sabe, ¡oh Aziz! que no están destinados á ti la hermosura ni los encantos incomparables de esa princesa. No vayas á inflamarte de amor por ella, porque no ha de ser para ti mas que la causa que te saque de tus aflicciones y ponga fin á las tribu- laciones de tu alma.
»¡Uassalam, joh Aziz!»
Al leer esta carta de Aziza, ¡oh príncipe Diade-
ma! me conmovió más hondamente la ternura, y
lloré todas las lágrimas de mis ojos. Mi madre
lloró conmigo, y aquello duró hasta que cayó la no-
che. Permanecí un año entero sumido en esta tris-
teza, sin encontrar alivio.
Entonces pensé en la partida, dispuesto á buscar à la princesa Donia en las Islas del Alcanfor y el Cristal. Y mi madre me alentó mucho, diciéndome: «Ese viaje te distraerá, y hará que se alivien tus pesares. Y he aquí que va á salir de nuestra ciudad una caravana de mercaderes que se está prepa- rando para la marcha. Únete, pues, á ella, compra mercaderías, y vete. Pasados tres años, podrás re- gresar con esta misma caravana. ¡Y habrás olvi- dado toda la amargura que pesa sobre tu corazón! Y entonces, al ver desahogado tu corazón, me con- sideraré feliz.>>
Hice, pues, lo que me había indicado mi madre, y después de comprar excelentes mercancías, me