lloró amargamente. Porque las cosas que se oyen impresionan tanto como las que se ven ó se sienten.
Cuando su padre el rey Soleimán-Schah le vió tan pálido y tan acongojado, comprendió que Dia- dema tenía el alma llena de pesares y zozobras. Y le preguntó: «¿Qué tienes, ¡oh hijo mio! para cam- biar así de color y estar tan afligido?»
Y el principe Diadema le contó que estaba ena- morado de la princesa Donia, profundamente ena- morado, aunque no la había visto jamás, pues para su pasión bastaba el relato de A. al describirle su andar gracioso, sus perfecciones, sus ojos y su ma- ravilloso arte de bordar animales y flores.
Al recibir esta noticia, el rey Soleimán-Schah llegó al limite de la inquietud, y dijo al principe: <<Hijo mío, esas Islas del Alcanfor y el Cristal son un país muy lejano del nuestro, y aunque sea tan maravillosa esa princesa Donia, advierte que en nuestra ciudad y en el palacio de tu madre encon- trarás jóvenes hermosísimas y esclavas atrayentes, originarias de todas las comarcas del mundo. Llé- gate, pues, al aposento de las mujeres, y entre las quinientas esclavas que allí verás, más hermosas que lunas, elige las que más te agraden. Y si á pe- sar de todo ninguna de esas mujeres llegase á gus- tarte, pediré para ti como esposa á una hija entre las hijas de los reyes de los países vecinos. ¡Y te prometo que será mucho más bella y mucho más ins- truída que la misma princesa Donia!» Pero el prin- cipe insistió: ¡Oh padre mio! Sólo deseo por esposa