viven en ella los buenos modales y la cortesía. Te rogamos, pues, que nos alquilen una buena tienda, bien situada, para que expongamos las mercaderías de nuestro país. >>
Y el jeque respondió: «Tendré mucho gusto en satisfaceros.» En seguida, volviéndose hacia los jó- venes para examinarlos mejor, sintió un pasmo sin límites sólo con aquella ojeada, pues tanto le asom- bró su hermosura. Porque aquel jeque adoraba hasta la locura y sin ningún reparo los bellos ojos de los jóvenes, y su predilección se encaminaba al amor de los muchachos, anteponiéndole al de las doncellas, y prefiriendo con mucho el ácido sabor de los pequeños.
Dijo, pues, para si: «¡Gloria y loor al que ha creado y modelado á estos dos jóvenes, formando semejante belleza de una materia sin vida!» Y se levantó, les sirvió mejor que un esclavo á sus amos, y se puso por completo á sus órdenes, apresurán- dose á mostrarles las tiendas disponibles, y acaban- do por elegir para ellos una que estaba precisa- mente en el centro del zoco. Aquella tienda era la más hermosa de todas, la más clara, la más amplia, la de mejor exposición, y estaba construída con mu- cho arte, adornándola escaparates de madera la- brada y anaquelerías de marfil, ébano y cristal. La calle estaba bien regada y barrida en su alrededor, y de noche se colocaba en su puerta el guarda del zoco. Por lo tanto, el jeque, en cuanto se ajustó el precio, entregó las llaves de la tienda al visir, y le