olvidado de cerrar las puertas, y asi ha podido bajar á la tierra este joven celestial?» Y otros exclamaban al verle: «¡Ya Alah! ¡Nos envías un ángel de entre tus ángeles para que veamos cuán hermosos son!»
Llegados al centro del zoco, preguntaron dónde estaba el gran jeque de los mercaderes, y se dirigieron hacia su tienda. Y cuando entraron en ella, se levantaron en honor suyo cuantos estaban sentados allí. Y pensaban: «¡Este venerable anciano es el padre de esos dos jóvenes tan hermosos!» El visir, después de hacer sus zalemas, preguntó: «¡Oh mercaderes! ¿Cuál de vosotros es el jefe del zoco?» Y le contestaron: «Helo aquí.» El visir miró al mercader que le señalaban, y vió que era un anciano muy alto, de barba blanca y de aspecto venerable, que se apresuró á hacerles los honores de su tienda, con un cordial saludo de bienvenida, é invitándoles á sentarse en la alfombra á su lado. Y exclamó: «¡Estoy dispuesto á todos los servicios que deseéis!»
Entonces el visir dijo: «¡Oh jeque, el más amable de todos! Hace años que viajo con estos dos jóvenes por ciudades y comarcas para completar su instrucción, mostrándoles los diversos pueblos, para que aprendan á vender y comprar, sacando al mismo tiempo provecho de los diversos usos y costumbres. Y con este propósito venimos á establecernos en esta ciudad durante algún tiempo, pues deseo que mis hijos regocijen su vista con todas las cosas hermosas que contiene, y aprendan de los que