taña tuvieron que subir solos al monasterio, pues la Madre de todas las Calamidades les dijo: «Subid primero vosotros, y cuando os apoderéis del monas- terio subiré yo, para enteraros de dónde están los tesoros ocultos.>>
Y llegaron al monasterio, escalaron los muros y saltaron al jardín. Al oir ruido acudió el monje Matruna, y todo acabó para él, pues Scharkán gritó á sus guerreros: «¡Sus à ese perro maldito!» Y en seguida lo atravesaron cien golpes. Y su alma des- creída se exhaló por el trasero y fué á sumergirse en el fuego del infierno. En seguida los musulmanes empezaron á saquear el monasterio. Asaltaron pri- meramente el recinto sagrado donde depositan los cristianos sus ofrendas, y encontraron allí, colgada de los muros, una cantidad enorme de joyas y obje- tos valiosos, muchos más de los que había dicho el anciano asceta. Y llenaron cajones y sacos, y los cargaron en los mulos y camellos.
Pero no hallaron ni rastro de la joven Tamacil, ni de los diez jóvenes tan hermosos como ella, ni del lamentable Dequianos, general de los monjes. Pensaron, pues, que la joven habría salido á pa- searse ó que estaría oculta en alguna habitación, y registraron todo el monasterio. Y como no la en- contraran, estuvieron aguardándola dos días; pero la joven no pareció. Entonces, impaciente, Schar- kán acabó por decir: «¡Oh hermano mío! ¡mi cora- zón y mi pensamiento están con los guerreros del Islam que hemos enviado à Constantinia, y de los