par parte del tiempo, vendo y compro.» La vieja dijo: <<¡Bien venido sea el gracioso huésped de nues- tra ciudad! ¿Y qué mercaderías de los países leja- nos traes contigo? ¡Enséñame lo más hermoso, por- que lo bello trae belleza!» Diadema sonrió para darle las gracias, y dijo: «Sólo tengo cosas que pueden servirte y agradarte, pues son dignas de princesas y de personas como tú.» Y la vieja dijo: «Precisamente desearia comprar una buena tela para la princesa Donia, hija de nuestro rey Schah- ramán. »
Al oir el nombre de aquella à quien tanto ama- ba, ya no pudo vencer su emoción Diadema, y gritó: << ¡Aziz, tráeme lo más bello y lo más rico que haya entre nuestras mercaderías!» Y Aziz abrió un arma- rio en el cual sólo había un paquete, ¡pero qué pa- quete! La envoltura exterior era de terciopelo de Damasco, con flecos de borlas de oro y bordados. de colores representando flores y pájaros, con un clefante borracho que bailaba en medio. Y de aquel paquete salia un perfume que exaltaba el alma. Aziz se lo entregó á Diadema, que lo desató y sacó de él la única tela que encerraba, hecha para un vestido de alguna huri ó de alguna princesa mara- villosa. Enumerar las pedrerias con que la habían enriquecido, y los bordados bajo los cuales des- aparecia la trama, sólo podrían hacerlo los poetas inspirados por Alah. Lo menos que podría valer, sin la envoltura, serian cien mil dinares de oro.
Y el príncipe desenrolló lentamente la tela, ante