ción hacia tu persona! Pronto sabrás lo que voy ȧ hacer por ti. ¡Que Alah te proteja y te guarde de la mala suerte y de los ojos malditos!» Después cogió el precioso paquete y se fué.
Y llegó muy conmovida á casa de la princesa Donia, à la que había amamantado y á la cual ser- vía de madre. Y al entrar llevaba el envoltorio de- bajo del brazo, muy solemnemente. Entonces Donia le preguntó: ¡Oh mi nodriza! ¿qué otra cosa me traes? ¡Enséñamela!» La vieja dijo: «¡Oh mi amada Donia! ¡Toma y admirate!» Y desenrolló rápida- mente la tela. Entonces, Donia, brillándole los ojos de alegría, exclamó: «¡Oh mi buena Dudú! ¡oh qué vestido tan admirable! ¡Esta tela no es de nuestro pais!» Y la vieja dijo: «¡En verdad, es muy hermo- sa! ¿Pero qué dirías si vieras al joven mercader que me la ha dado para ti? ¡Cuánta es su hermosura! ¡El portero Raduán se olvidó de cerrar las puertas del Edén para dejarle salir å fin de que alegre el hígado de las criaturas! ¡Oh mi señora! ¡Cuánto desearía ver á ese joven radiante dormirse en tus pechos y...!» Pero Donia exclamó: «¡Basta! ¿Cómo te atreves ȧ hablarme de un hombre? ¿Qué huma- reda oscurece tu razón? ¡Cállate, por Alah! Y dame ese vestido para examinarlo de cerca.» Y cogiendo la tela, se puso á acariciarla y á plegarla sobre su cintura. Y entonces la nodriza le dijo: «¡Oh mi se- ñora! ¡cuán hermosa estás asi! ¡Pero cuán prefe- rible es una bella pareja á la unidad! ¡Oh gentil Diadema!» Y la princesa exclamó: «¡Endemoniada