mina del sexo masculino? ¡Ahora, si Alah quiere, me toca vengarme de la humillación!» Y salió sigi- losamente, cerró la puerta, y se presentó al rey Schahramán. Y el rey le preguntó: «¿Qué ha dicho tu ama?» Y contestó el eunuco: «He aquí la caja intacta.» Y el rey, pasmado, exclamó: «¿Es que mi hija desdeña las pedrerías como desdeña á los hom- bres? Pero el negro dijo: «¡Perdona, ¡oh rey! que no te conteste delante de toda esta asamblea!» En- tonces el rey mandó desalojar la sala del trono, quedándose solo con el visir, y el eunuco dijo: «¡Mi ama Donia está en tal y cual postura! Pero en reali- dad, ¡el joven es muy hermoso!» Al oir estas pala- bras, el rey dió un salto, abrió desmesuradamente los ojos, y exclamó: «¡Eso es enorme!» Y añadió: «¿Los has visto tú, ¡oh Kafur!?» Y respondió el eunuco: «¡Con este ojo y con este otro!» Entonces el rey dijo: <¡Es verdaderamente enorme!» Y mandó al eunuco que llevara ante el trono á los dos culpa- bles. Y el eunuco lo cumplió inmediatamente.
Cuando los dos amantes estuvieron en presencia del rey, éste, muy enfadado, exclamó: «¡De modo que es cierto!» Y no pudo decir más, pues agarró con las dos manos la espada, y quiso arrojarse sobre Diadema. Pero Sett-Donia rodeó á su amante con sus brazos, unió sus labios á los de él, y gritó á su padre: <¡Ya que es asi, mátanos á los dos!» En- tonces el rey volvió á su trono, mandó al eunuco que llevase á la princesa hasta su habitación, y después dijo á Diadema: «¿Quién eres, corruptor