¡oh Sabah! que todo ocurre cuando llega su hora! ¡Levántate y vamos á Bagdad!>>
Al oir estas palabras, el correo comprendió que se encontraba en presencia de su nuevo rey, y en seguida se prosternó y besó la tierra entre sus manos, lo mismo que Sabah y la negra. Y Kanma- kán dijo á la negra: «¡Vendrás también conmigo á Bagdad, donde acabarás de contarme esa historia del desierto!>> Y Sabah dijo: «¡Permíteme, entonces, ¡oh rey! que vaya delante para anunciar tu llegada al visir Dandán y al pueblo de Bagdad!» Y Kan- makán se lo permitió. Después, para recompensar al correo por la buena nueva, le cedió, como rega- lo, todas las tiendas, todo el ganado y todos los es- clavos que había conquistado en sus aventuras de tres años. Y precedido por el beduino Sabah y se- guido por la negra, montada en un camello, salió para Bagdad al galope de su caballo Katul.
Y como el príncipe Kanmakán había cuidado de que se le adelantase una jornada su fiel Sabah, éste alborotó en pocas horas toda la ciudad de Bagdad. Y todos los habitantes y todo el ejército, con el visir Dandán y los tres jefes Rustem, Turkash y Bahra- mán á la cabeza, habían salido fuera de las puertas para aguardar la llegada de aquel Kanmakán á quien tanto querían y á quien habian temido no volver å ver. Y hacían votos por la prosperidad y la gloria de la raza de Omar Al-Nemán.
De modo que en cuanto apareció el príncipe Kanmakán á todo galope de su caballo Katul, los