ciano mercader á quien habían asaltado unos ban- doleros, los cuales habían sido encadenados después de su fechoría. Y el chambelán dijo: «¡Oh_reyes! Este mercader solicita audiencia de vuestra mag- nanimidad, pues tiene dos cartas que entregaros. Y contestaron los dos reyes: «¡Dejadle entrar!»
Entonces entró un anciano, cuya cara ofrecía las huellas de la bendición. Besó la tierra entre las manos de los reyes, y dijo: «¡Oh reyes del tiempo! ¿Es posible que un musulmán no sea respetado y lo despojen en un pais en que reinan la concordia y la justicia?» Y los reyes preguntaron: «Pero ¿qué te ha sucedido, ¡oh respetable mercader!?» Y él con- testó: «¡Oh señores! Sabed que tengo dos cartas que siempre me han atraido el respeto y la considera- ción en todos los países musulmanes, pues me sirven de salvoconducto y me eximen de pagar los diez- mos y derechos de entrada sobre mis mercancias. Y una de estas cartas, ¡oh señores míos! además de esa virtud preciosa, me sirve también de consuelo en la soledad, pues está escrita en versos tan admi- rables, que preferiria perder el alma á separarme de ella.» Entonces los dos reyes exclamaron: «¡Oh mercader! ¿quieres permitirnos el ver esa carta ó leernos siquiera su contenido?» Y el anciano mer- cader, muy tembloroso, alargó las dos cartas á los reyes, que se las entregaron á Nozhatú, diciéndole: <¡Tú que sabes leer las letras más complicadas y dar á los versos entonación más propia, apresúrate por favor á deleitarnos con esta lectura!»