Pero apenas hubo Nozhatú desatado la cinta que sujetaba el rollo y echado una mirada á las dos car- tas, exhaló un gran grito, se puso más amarilla que el azafrán y cayó desmayada. Entonces se apresu- raron á rociarla con agua de rosas, y cuando volvió en sí, se levantó inmediatamente, y arrasados sus ojos en lágrimas, corrió hacia el mercader, y co- giéndole la mano, se la besó. Entonces todos los pre- sentes llegaron al límite de la estupefacción ante aquel acto tan contrario á las costumbres de los reyes y de los musulmanes. Y el anciano mercader, emocionadísimo, vaciló y estuvo á punto de caer de espaldas. La reina Nozhatú se apresuró á soste- nerle, y llevándole de la mano, le hizo sentar en la misma alfombra en que ella estaba sentada, y le dijo: «¿Ya no me conoces, padre mio? ¿Tan vieja estoy?>>
Al oir estas palabras, el mercader creyó soñar, y exclamó: «¡Conozco la voz! Pero ¡oh mi señora! mis ojos tienen muchos años, y ya no pueden dis- tinguir nada.» Y la reina dijo: «¡Oh padre mio! Soy la misma que te escribió la carta en verso, soy No- zhatú'zamán.» Y el anciano mercader se desmayó entonces por completo. Y mientras el visir Dan- dán rociaba con agua de rosas la cara del anciano mercader, Nozhatú, volviéndose hacia su hermano Rumzán y su sobrino Kanmakán, les dijo: «¡Éste es el buen mercader que me arrancó de las manos de aquel bárbaro beduino que me robó en las calles de . la Ciudad Santa!»