la antigua doncella de la reina Abriza, entró enton- ces para llamar á su ama Nozhatú, y sus ojos se encontraron con los del negro; y en seguida lanzó un grito horrible, y se precipitó como una leona so- bre el negro, le hundió los dedos en los ojos, se los sacó de un tirón, y dijo: «¡Éste es el bandido que mató á mi pobre señora Abriza!» Después, arrojan- do al suelo los dos ojos ensangrentados que acababa de hacer saltar de las órbitas del negro como si fuesen huesos de fruta, añadió: «¡Loado sea el Justo y el Altísimo, que me permite por fin vengar á mi ama con mis manos!» Entonces el rey Rumzán hizo una seña, y en seguida avanzó el verdugo, y de un solo tajo hizo dos negros de uno. Y los eunucos arrastraron el cuerpo por los pies y fueron á arro- jarlo á los perros, sobre los montones de basura, fuera de la ciudad.
Después los reyes dijeron: «¡Que entre el kurdo!»
Y el kurdo entró. Era más amarillo que un limón,
y estaba más sarnoso que un burro de molino, y
seguramente más piojoso que un búfalo que se pa-
sase un año sin sumergirse en el agua. Y el visir
Dandán le preguntó: «¿Cómo te llamas? ¿Y por qué
eres bandolero?» Y el otro respondió: «Yo era came-
llero de oficio en la Ciudad Santa. Y un día me
encargaron que transportase al hospital de Damas-
co á un joven enfermo...» Al oir estas palabras, el
rey Kanmakán, y Nozhatú, y el visir Dandán, sin
darle tiempo para seguir, exclamaron: «¡Éste es el