tais perdidos; pero si resistís firmemente, triunfa- réis. ¡El valor no es mas que la paciencia de un momento! ¡No hay cosa, por augusta que sea, que no pueda ensancharla Alah! ¡Pido al Altísimo que os bendiga y os mire con ojos clementes!>>
Cuando los musulmanes oyeron estas palabras, su valor ya no conoció límites, y gritaron todos: «¡No hay más Dios que Alah!» Y por su parte, los cristianos, á la voz de sus sacerdotes y sus monjes, invocaron á Cristo, la cruz y el cingulo. Y entre- mezclándose estos gritos, vinieron los ejércitos á las manos, la sangre corrió á oleadas, y las cabezas volaron de los cuerpos. Entonces los ángeles bue- nos se pusieron del lado de los creyentes, y los án- geles malos abrazaron la causa de los descreídos; y se vió dónde estaban los cobardes y dónde estaban los intrépidos. Los héroes brincaban en medio de la lucha. Y unos mataban y otros caían derribados de las sillas. Y la batalla se hizo sangrienta, alfom- brando el suelo los cadáveres, hacinándose hasta la altura de los caballos. Pero ¿qué podia el heroísmo de los creyentes contra el insuperable número de los malditos rumis? Así es que al caer la noche fue- ron rechazados los musulmanes, y saqueadas sus tiendas, cayendo su campamento en poder de la gente de Constantinia.
Entonces, en plena derrota, encontraron al ejér- cito victorioso del rey Daul'makán, que volvía del valle después de haber destrozado á los cristianos del monasterio.