de muralla!» Daul'makán dió las gracias a su her- mano por su abnegación y dispuso que se ejecutara su plan.
Pero he aquí que de entre las filas de los rumís se destacó un jinete, que avanzó rápidamente hacia los musulmanes. Y cuando estuvo cerca se le vió cabalgar sobre una ligera mula, cuya silla era de seda blanca cubierta con un tapiz de Cachemira. El jinete era un arrogante anciano de barbas blan- cas y de aspecto venerable, envuelto en un manto de lana blanca. Se acercó al sitio en que estaba Daul'makán, y dijo: «Vengo hacia vosotros para traeros un mensaje. Como soy un embajador, y el embajador debe estar amparado por la neutralidad, otorgadme el derecho á hablar sin que me moles- ten, y os comunicaré mi misión.>>
Entonces Scharkán le dijo: «Estás bajo nuestra salvaguardia.» El mensajero se apeó, se quitó la cruz que pendia de su cuello, se la entregó al rey, y dijo: «Vengo hacia vosotros de parte del rey Afri- donios, que ha atendido mis consejos para terminar esta guerra desastrosa que aniquila tanta criatura hecha á imagen de Dios. Vengo à proponeros que se ponga término á esta guerra con un combate singular entre el rey Afridonios y el príncipe Schar- kán, jefe de los guerreros musulmanes. >>
Oidas estas palabras, Scharkán dijo: «¡Oh an- ciano! Vuelve junto al rey de los rumís y dile que Scharkán, campeón de los musulmanes, acepta la lucha. Y mañana por la mañana, en cuanto haya-