ron, buscando uno y otro darse el golpe decisivo, pues la lucha no podía terminar esta vez mas que con la muerte. Y la muerte acabó por herir al mal- dito traidor, pues Daul'makán, cuyas fuerzas cen- tuplicaba el deseo de venganza, después de algunos ataques infructuosos, acabó por alcanzar á su ene- migo, y de un solo tajo le hendió la visera, la piel del cuello y la columna vertebral, é hizo volar su cabeza lejos del cuerpo.
Y al verlo los musulmanes se precipitaron como el rayo sobre las filas de los cristianos, é hicieron una matanza, pues hasta la caida de la noche su- cumbieron cincuenta mil rumis. Pero los descreidos pudieron volver á favor de las tinieblas á Constan- tinia, y cerraron las puertas, para que los musul- manes victoriosos no pudiesen penetrar en la ciu- dad. Y así fué como Alah otorgó la victoria á los guerreros de la fe.
Los musulmanes volvieron entonces á sus tien- das cargados con los despojos de los rumís, y los jefes felicitaron al rey Daul'makán, que dió las gracias al Altísimo por la victoria. Después marchó el rey junto al lecho de su hermano, y le anunció la buena nueva. Y Scharkán sintió que su corazón se desbordaba de alegría, y dijo á su hermano: <Sabe, joh hermano! que la victoria no se debe mas que á las oraciones de este santo asceta, que durante la batalla no ha cesado de invocar al cielo y pedir sus bendiciones para los guerreros creyentes.»
Pero la maldita vieja, al saber la muerte del