beza de la caravana, y se desplegaron las banderas para dar la señal de marcha, se presentó el rey So- leimán para decirle: «Cuida de no volver sin la jo- ven, y ven cuanto antes, porque me abraso. >> Y el visir respondió: «¡Escucho y obedezco!» Y partió con toda su caravana, y camino de día y de noche, atravesando montañas, valles, rios y torrentes, lla- nuras desiertas y llanuras fértiles, hasta que estuvo á una jornada de la Ciudad Blanca.
Entonces se detuvo á descansar á orillas de un rio, y envió un correo para que anunciase su lle- gada al rey Zahr-Schah.
Ahora bien; en el momento en que el correo llegó á las puertas de la ciudad, y cuando iba á pe- netrar en ella, le vió el rey Zahr-Schah, que to- maba el fresco en uno de sus jardines, le mandó llamar y le preguntó quién era. Y el correo dijo: <<Soy el enviado del visir tal, acampado á orillas de tal río, que viene á visitarte de parte de nuestro rey Soleimán, señor de la Ciudad Verde y de las mon- tañas de Ispahán.»
Al enterarse de esta noticia, el rey Zahr-Schah quedó en extremo encantado, y mandó ofrecer re- frescos al correo del visir, y dió á sus emires la orden de ir al encuentro del gran enviado del rey Soleimán-Schah, cuya soberanía era respetada has- ta en los países más remotos y en el mismo territo- rio de la Ciudad Blanca. Y el correo besó la tierra entre las manos del rey Zahr-Schah, diciéndole: «Mañana llegará el visir. Y ahora, ¡que Alah te