siga otorgando sus altos favores, y tenga á tus di- funtos padres en su gracia y misericordia!» Eso en cuanto á éstos.
Pero en cuanto al visir del rey Soleimán, estu-
vo descansando á orillas del rio hasta medianoche.
Después se volvió á poner en marcha, y al salir el
sol estaba á las puertas de la ciudad.
En este momento se detuvo un instante para sa- tisfacer una apremiante necesidad. Y cuando hubo terminado, vió venir á su encuentro al gran visir del rey Zahr-Schah con los chambelanes y grandes del reino, y los emires, y los notables. Entonces se apresuró á entregar á uno de sus esclavos el jarro que acababa de usar para hacer sus abluciones, y volvió á montar apresuradamente á caballo. Y ha- biéndose dirigido unos á otros los saludos acostum- brados, entraron en la Ciudad Blanca.
Al llegar frente al palacio del rey, se apeó el visir, y guiado por el gran chambelán penetró en el salón del trono.
En este salón vió un alto y blanco trono de már- mol transparente, incrustado de perlas y pedrería, y sostenido por cuatro pies muy elevados, forma- dos cada uno por un colmillo completo de elefante. Encima del trono había un ancho almohadón de raso verde, bordado profusamente con lentejuelas doradas y adornado con flecos y borlas de oro. Y encima de este trono había un dosel, que centellea- ba con sus incrustaciones de oro, piedras preciosas