das, pagaré de todo corazón tus deudas. Porque he aquí que me siento atraído hacia ti, y mis entrañas arden por causa tuya.»
Pero el joven Aziz, al oir estas palabras, se sin- tió de nuevo ahogado por los sollozos, y no pudo ha- cer mas que cantar estas estrofas:
¡La presunción de tus ojos negros alargados con kohl azul!
¡La esbeltez de tu cintura recta sobre tus caderas on- dulantes!
¡El vino de tus labios y la miel de tu boca! ¡La curra de tus pechos y la brasa que los florece!
¡Esperarte es más dulce para mi corazón que lo es para el condenado, la esperanza de indulto! ¡Oh noche!
Y el príncipe Diadema, después de esta canción, quiso distraer al joven y se puso á examinar una por una las hermosas telas y las sederías. Pero de pronto cayó de entre las telas un trozo de seda brochada, que el joven Aziz se apresuró á recoger y lo dobló temblando, poniéndoselo bajo la rodilla. Y exclamó:
10h Aziza, mi muy amada! ¡Más fáciles que tú son de alcanzar las estrellas de las Pléyades!
¿Adónde iré sin ti? ¿Cómo he de soportar tu ausen- cia, que me abruma, cuando apenas puedo con el peso de mi traje?
Y el príncipe, al ver aquel movimiento del bello