Aziz y al oir sus últimos versos, se quedó extrema- damente sorprendido, llegando al límite de la ex- pectación. Y exclamó:
En este momento de su narración, Schahrazada,
la hija del visir, vió aparecer la mañana, y dis-
cretamente, no quiso abusar del permiso otorgado.
Entonces, su herniana la joven Doniazada, que había oído toda aquella historia conteniendo la respiración, exclamó desde el sitio en que estaba acurrucada: «Oh hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán gentiles y cuán deliciosas al paladar y sa- brosas en su frescura son tus palabras! ¡Y cuán encantador es ese cuento, y cuán admirables sus versos!>>
Y Schahrazada le sonrió, y le dijo: «¡Sí, her- mana mía! Pero ¿qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si aún estoy vival por merced de Alah y voluntad del rey?>>
Y el rey Schahriar dijo para sí: «¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que es una historia maravillosa y sor- prendente por todo extremo.>>
Después cogió á Schahrazada en brazos. Y pa- saron el resto de la noche entrelazados hasta el día.
Luego de lo cual marchó el rey Schahriar á la sala de justicia; y el diván se llenó de la mul- titud de los visires, emires, chambelanes, guar- dias y servidores de palacio. Y el gran visir llegó también, llevando bajo el brazo el sudario para su hija Schahrazada, á la cual creía ya muerta.