de un amigo al cual se me habia olvidado invitar. Y empecé á andar muy de prisa para no retrasarme, pero con la precipitación acabé por extraviarme en una callejuela que no conocía. Y como estaba humedecido de sudor por el baño caliente y por el traje nuevo, cuya tela era muy rígida, aproveché la frescura de la calleja para descansar en un banco empotrado en la pared. Antes de sentarme saqué del bolsillo un pañuelo bordado de oro y lo extendi debajo de mí. Y el sudor seguia cayéndome de la frente, por lo muy intenso del calor; y como no te- nía nada con que limpiármelo, pues el pañuelo es- taba debajo de mí, lo senti mucho, y este tormento activaba más todavía la transpiración. Y me dispo- nía á levantar el faldón de mi traje nuevo para se- carme los goterones que me surcaban las mejillas, cuando vi caer, ligero como la brisa, un pañuelo blanco de seda, cuyo perfume habria curado á un enfermo. Sólo con su vista se refrescó mi alma. Me apresuré à recogerlo, miré hacia arriba para ver de dónde habia caido, y mis ojos se encontraron con los ojos de una joven, la misma que había de darme esta primera gacela bordada. La vi...
En este momento de su narración, Schahrazada
vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.