tas!» Entonces, calmando los latidos de mi corazón y reprimiendo mis emociones, me despedi de mi prima y sali. Llegado á la callejuela sombría, fuí á sentarme en el banco, sintiendo que se había apo- derado de mi una excitación inmensa. Y apenas es- tuve allí, vi que se entreabría la ventana; y en se- guida me pasó un vértigo por delante de los ojos, pero me rehice, miré hacia la ventana, y vi á la joven, Y al ver aquel rostro adorado, me tambaleé y cai temblando en el banco. La joven seguía en la ventana, mirándome con toda la luz de sus ojos. Y tenía en la mano un espejo y un pañuelo rojo. Y sin decir palabra, se levantó las mangas y se descu- brió los brazos hasta los hombros. Después abrió la mano, y extendiendo los dedos, se tocó los pechos. Luego alargó el brazo fuera de la ventana, empu- ñando el espejo y el pañuelo rojo; agitó el pañuelo tres veces, levantándolo y volviéndolo á bajar. Hizo ademán de retorcer el pañuelo y doblarlo; inclinó la cabeza hacia mi largo rato; después, retirándose rápidamente, cerró la ventana y desapareció. ¡Y esto fué todo! Y sin pronunciar ni una sola palabra, me dejó así, en una perplejidad extrema; y no sabía si quedarme ó irme; y en la duda, estuve mirando á la ventana horas y más horas, hasta medianoche. Entonces, sintiéndome enfermo á fuerza de tanto pensar, me volví á casa y encontré á mi pobre prima esperando, con los ojos enrojecidos por las lágri- mas y la cara llena de tristeza y resignación. Y falto de fuerzas, me dejé caer al suelo en un estado
Página:Las mil noches y una noche v5.djvu/86
Apariencia