con dulzura infinita. Y yo pensaba: «¡Qué locura es estar enamorado como yo lo estoy!» Por fin apare- ció la mañana, me levanté á toda prisa y me fuí á la calleja, debajo de la ventana de la joven. Y apenas me había sentado en el banco, la ven- tana se abrió, y apareció ante mis ojos deslumbra- dos la cabeza deliciosa que era toda mi alma. Y me sonreía con todos sus dientes y con una sonrisa definitivamente sabrosa. Desapareció un momento, y volvió con un saco en la mano, un espejo, una maceta de flores y una linterna. Y primeramente metió el espejo en el saco, ató el saco, y lo tiró todo dentro de la habitación. Después, con un ademán incomparable, se soltó la cabellera, que cayó pesa- damente sobre sus hombros, y se cubrió con ella un momento la cara. En seguida colocó la linterna en ⚫ el tiesto, en medio de las flores, lo volvió á coger todo y desapareció. La ventana se cerró por com- pleto y mi corazón voló con la joven. Y mi estado ya no era un estado. Entonces, sabiendo de sobra lo inútil que era aguardar, me encaminé desolado hacia mi casa, donde encontré á mi pobre prima llorando y con la cabeza toda entrapajada, pues llevaba una venda en la frente para resguardarse la herida y otra al- rededor de los ojos, enfermos por tantas lágrimas como había derramado durante mi ausencia y du- rante aquellos días de amargura. Y tenía la cabeza apoyada en una mano, y murmuraba muy despacio la armonía de estos versos:
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Apariencia