repetirlos antes de marcharme, aunque yo no com- prendía su intención ni su alcance futuro:
¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, ¡por Alah! si el amor habitara siempre en el corazón de su víctima, ¿dónde estaría su redención?...
Después me alejé rápidamente, y llegué al jar- din, cuya puerta encontré abierta, y en el fondo había una linterna encendida, hacia la cual me di- rigí á través de las sombras.
Y al llegar al sitio en que estaba la luz, me aguardaba una gran sorpresa, pues encontré una maravillosa sala, con una cúpula de marfil y de ébano, iluminada por inmensos candelabros de oro y grandes lámparas de cristal colgadas del techo con cadenas doradas. En medio de la sala había una fuente con incrustaciones y dibujos admirables, y la música del agua, al caer, daba una nota de frescura. Al lado del tazón de la fuente, sobre un grande escabel de nácar, había una bandeja de pla- ta cubierta con un pañuelo de seda, y sobre la al- fombra estaba una vasija barnizada, cuyo esbelto cuello sostenía una copa de oro y de cristal.
Entonces, ¡oh mi joven señor! lo primero que hice fué levantar el pañuelo de seda que tapaba la bandeja de plata. ¡Y qué cosas tan deliciosas habia alli! Aún las están viendo mis ojos. Efectivamente, había allí...