animación, y alejé mis pesares para dar sólo morada á la alegría. Pero me preocupaba el no ver rastro de criatura viviente entre las criaturas de Alah. Y como no veía ni criada ni esclava que acudiera á servirme, no me atrevía á probar nada, y aguardé pacientemente à que viniera la amada de mi cora- zón; pero pasó la primera hora, y ¡nada!; después la segunda y la tercera, y ¡nada tampoco! Entonces empecé à sentir violentamente la tortura del ham- bre, pues llevaba mucho tiempo sin comer, á causa de los pasados desencantos; pero ahora que me cercioraba del éxito, me volvió el apetito, por la gracia de Alah, y se lo agradeci à mi pobre Aziza, que me lo había predicho, explicándome con exac- titud el misterio de aquellas señas.
Así, pues, no pudiendo resistir más el hambre, me arrojé sobre los adorables katayefs, que pre- fería á todo, y quién sabe cuántos deslicé en mi garganta, pues parecian amasados con perfumes del Paraiso por los dedos diáfanos de las huries. Después arremeti contra los rombos crujientes de la jugosa baklawa, y me comi todos los que me deparó mi buena suerte; luego me tragué toda la copa de la blanca mahallabia salpicada de alfonsi- gos partidos, y no pudo ser más fresca para mi corazón; me decidí en seguida por los pollos, y me comi uno, ó dos, ó tres, ó cuatro, pues estaba muy sabiamente hecho el relleno oculto en su cavidad, sazonado con granos ácidos de granada; después de lo cual me dirigí hacia las frutas para endulzarme,