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El desengaño que recibió de la desenvoltura é infidelidad de la sultana agriaron su ánimo de tal manera, que resolvió vengarse no sólo de aquella, sino de todas las mujeres, de un modo nunca visto hasta entonces. Pasando al aposento de la sultana infiel, mandó cortarle la cabeza en su presencia, é hizo morir ahogadas á todas las otras mujeres de su séquito. En seguida juró por la barba del Profeta que ninguna de sus otras esposas volvería á serle infiel, y adoptó para ello un medio muy seguro y eficaz, muy propio de las costumbres del serrallo, y de la barbarie de aquellos tiempos.
Resolvió desposarse cada día con una mujer distinta, y al siguiente día de la boda hacerle perder la vida, encargando á su gran visir la ejecución de este proceder inhumano y sanguinario.
El gran visir, á fuer de buen musulmán y de vasallo sumiso y obediente, cumplía cada mañana con la orden sanguinaria de su despótico dueño, sin atreverse á hacer la menor observación, y las desgraciadas jóvenes que tenían el honor de ser sultanas un día, perdían su vida al siguiente.
Cuando se conoció este proceder bárbaro, la consternación fué general en la ciudad y en el imperio, porque ninguno podía contar segura la vida de las doncellas que hubiese en su familia, y temblaba de recibir á cada momento la orden del sultán para que se las llevasen.
El gran visir tenía dos hijas hermosísimas en extremo. La mayor, llamada Gerenarda, reunía á su belleza una instrucción nada común para aquellos tiempos; tenía una gran memoria, y sobre todo, estaba dotada de un corazón noble, y animada de los más generosos sentimientos.
Al ver la aflicción general que causaba el inhumano proceder del sultán, formó la resolución heroica de sacrificarse, y concibió el arriesgado proyecto de hacer cambiar el ánimo del sultán, contando para lograr su objeto no sólo con los recursos de su sin par hermosura y de su ingenio, sino excitando también la curiosidad de aquél, por medio de historias y de cuentos á que sabía era muy aficionado.
Resuelta, pues, á poner en ejecución su proyecto, Gerenarda dijo un día al gran visir:— Padre, tengo que pediros una gracia. Siempre que lo que me pidas sea justo, le respondió el gran visir, sabes que no me negaré á concedértela — Vos mismo juzgareis. Quiero poner un