su corazon el peso inmenso de sus desgracias, i en su cabeza el fuego inestinguible de su jenio, se lanzó al desierto, a las tolderías indias, buscando aliados entre los salvajes de las pampas. Las tribus le proclaman Pichi-Rei. Emprende nuevas correrías; pero ya no dá batallas militares; no tiene ejército; es solo el jefe de montoneras, de hombres desmoralizados. Así, de caída en caida, aquel hombre que realizó como político i como soldado verdaderos prodijios, llegó hasta el patíbulo de sus hermanos i murió como ellos en todo el vigor de su juventud, sin haber podido realizar sus jigantescos propósitos.
Algun tiempo despues una mujer regaba con sus lágrimas esa tumba. Era Mercedes. Lo mas tremendo para ella era no haber podido recibir el eterno adios de los mismos labios de su esposo. Habria querido arrancar del fondo de la tumba aquel cuerpo idolatrado para darle un último i frenético abrazo. Para tranquilizarla fué necesario separarla violentamente de ese sitio i llevarla al hogar de sus hijos.