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Página:Las tinieblas y otros cuentos.djvu/143

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risa cortante como un cuchillo, largos gemidos lastimeros, vuelos curvos como los de los murciélagos, danzas salvajes a la luz lúgubre de las antorchas, cuyas lenguas de fuego estaban envueltas en nubes rojas de humo; sangre humana y cabezas de muertos blancas con barbas negras... Todo esto eran fuerzas tenebrosas y terriblemente malas que procuraban perder al hombre, espectros malévolos y misteriosos. Llenaban la atmósfera, se escondían entre las flores, cuchicheaban entre sí y señalaban a Valia con el dedo. Le espiaban a través de las puertas de un cuarto obscuro, reían y esperaban a que se acostara para cernirse sobre su cabeza. Miraban desde el jardín por las ventanas negras y lloraban lastimeramente con el viento.

Y todas estas fuerzas malvadas, terribles, tomaban la forma de la mujer que había venido a ver a Valia. A la casa venían muchas personas, y Valia no se acordaba de sus rasgos; pero el rostro de aquella mujer se había grabado en su memoria. Era largo, delgado, amarillo como el de un muerto y tenia una sonrisa engañosa, fingida, que dejaba dos arrugas profundas en los extremos de la boca. Si esta mujer le cogiera, Valia se moriría.

—Escucha—dijo una vez Valia a su tía, fijando en ella su mirada, que cuando hablaba se clavaba siempre en los ojos de su interlocutor—. Escucha: ya no te voy a llamar tía, sino mamá... como antes. Es una tontería que esa otra mujer sea mi mamá. Mi mamá eres tú y no ella.