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Página:Las tinieblas y otros cuentos.djvu/147

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intención y se echaba a reír alegremente. Luego, comprendiendo que el momento era demasiado solemne para reír, se puso grave, cogió una silla, colocó al lado su sombrero y se aproximó a la mesa con la silla. Después de mirar severamente a su mujer guiñó un ojo a Valia, y entonces solamente empezó a hablar:

—Afirmaré siempre que Talonsky es un aboga de genial. Ese no permite que se la den... ¡Oh no, honorable Nastasia Filipovna!

—Así, pues, ¿es verdad?

—¡Tú siempre escéptica! ¿No te lo estoy diciendo? El tribunal ha desestimado la petición de Akimova.

Y señalando a Valia, añadió con un tono oficial:

—Y la ha condenado a pagar las costas.

—¿Esa mujer no me llevará ya?

—¡Ya lo creo que no! ¡Ah! Mira: te he comprado libros...

Se dirigía al vestíbulo a buscar los libros cuando un grito de Nastasia Filipovna le detuvo en seco: Valia se había desmayado y reclinaba su cabeza en el respaldo de la silla.

La felicidad reinó de nuevo en la casa. Como si un enfermo grave que hubiera habido en ella se hubiera restablecido por completo, todo el mundo respiraba alegremente. Valia no tuvo ya relaciones con espectros malévolos, y cuando los pequeños monos venían a verle era el más emprendedor de ellos. Pero hasta en los juegos fantásticos ponía su seriedad habitual, y cuando jugaba a los