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pieles rojas creía deber suyo ponerse completamente desnudo y teñirse desde la cabeza hasta los pies. En vista del carácter serio que iban tomando los juegos, Gregorio Aristarjovich pensó si debía tomar parte en ellos. Como oso demostró, un talento mediocre; pero tuvo un gran éxito, muy merecido, en el papel de elefante de las Indias. Y cuando Valia, silencioso y severo como un verdadero hijo de la diosa Cali, se sentaba sobre sus hombros y golpeaba suavemente con un martillito su cráneo calvo, parecía verdaderamente un pequeño príncipe oriental que reina despóticamente sobre los hombres y los animales.

Talonsky procuraba insinuar a Gregorio Aristarjovich que Akimova podía pedir la revisión del pleito por el tribunal de casación y que este nuevo tribunal podía decidir de otra manera; pero a Gregorio Aristarjovich no le cabía en la cabeza que tres jueces pudieran anular el veredicto pronunciado por otros tres jueces, puesto que las leyes son las mismas. Cuando el abogado insistía, Gregorio Aristarjovich se enfadaba y se servía de un argumento supremo:

—Pero ¿no es usted el que nos defenderá ante el nuevo tribunal? Entonces no hay nada que temer. ¿No es verdad, Nastasia Filipovna?

Ella reprochaba dulcemente al abogado sus dudas y el otro sonreía. A veces se hablaba de aquella mujer que había sido condenada a pagar las costas y se la llamaba siempre «pobre». Desde que no se podía ya llevar a Valia no inspiraba a éste