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primera idea que le vino fué la de que soñaba una pesadilla muy extraordinaria y horrible. Hasta las mujeres que habían encontrado no eran mas que un sueño.

«Esto no es posible», se dijo sacudiendo la cabeza, que le dolía mucho. Buscó su gorra, pero no la encontró. Aquello era un mal presagio. Comprendió de pronto que no se trataba de un sueño, sino de la cruel realidad.

Estupefacto de terror dió un salto, y en un abrir y cerrar de ojos empezó a trepar a lo alto, con el corazón triste y oprimido; pero volvió en seguida a caer cubierto por la tierra móvil. Trepó de nuevo, agarrándose a las ramas flexibles del matorral. Una vez arriba se precipitó hacia adelante sin reflexionar y sin buscar la dirección. Corrió mucho tiempo, dando vueltas bajo los árboles. Después cambió de dirección, yendo hacia el lado opuesto. No prestaba atención a las ramas que le herían en el rostro, y a su espíritu se presentó de nuevo todo como una pesadilla terrible. Le pareció que había vivido ya todo aquello: las tinieblas, las ramas invisibles que le hacían daño. Y siguió corriendo con los ojos cerrados y pensando que todo aquello no era mas que un sueño.

Niemovetsky se detuvo extenuado y se sentó en el suelo. Acordándose de su gorra se dijo:

—Sí, yo soy verdaderamente. Es necesario que me mate; lo sería aunque esto fuera un sueño.

Se levantó de nuevo y echó a correr; luego, reflexionando un poco, acortó el paso, acordándose