Los días monótonos se sucedían. Pero un buen día, hacia la hora de comer, llegó su madre y le anunció, después de haber hablado con Osip Abramovich, que se iba a ir con ella al campo, a Tarisino, donde vivían los amos de ella. Al principio no comprendió nada; luego empezó a reír y su rostro se llenaba de pequeñas arrugas. Comenzó a dar prisa a su madre. Mientras ésta, por cortesía, preguntaba al peluquero por su mujer, Petka la empujaba suavemente hacia la puerta tirándole de la mano.
No sabía lo que era el campo; pero suponía que bien pudiera ser el país en que soñaba. Egoísta, se había olvidado de su amigo Nicolka, que con las manos en los bolsillos estaba a su lado y se esforzaba en mirar descaradamente a Nadieschda. Pero involuntariamente sus ojos expresaban una profunda tristeza: él no tenía madre, y en aquel momento hubiera querido tener una, aunque hubiera sido como aquella comadre gorda. Tampoco él había estado nunca en el campo.
Petka vió por primera vez en su vida la estación, con los trenes que silbaban, que iban y venían haciendo mucho ruido, y los numerosos viajeros que se apresuraban incesantemente; todo esto produjo en él una impresión de asombro; estaba muy excitado y manifestaba una gran nervosidad.
Como su madre, sentía miedo de perder el tren, no obstante tener que esperar aún su buena media hora hasta la salida. En el coche, Petka estaba constantemente pegado a la ventana, y su cabeza