gos. Mitia consintió en que Petka tuviera un poco su caña y después le llevó a un sitio donde se bañaron. Petka tenía miedo al agua, pero una vez dentro no hubiera querido salir y hacía por nadar; levantaba su nariz en alto sobre la superficie, fingía ahogarse, batía el agua con las manos agitándola y parecía un perrito que entrara en el agua por primera vez. Cuando se vistió estaba azul de frío, como muerto, y al hablar castañeteaban sus dientes.
A propuesta de Mitia, que era más rico en ideas, exploraron las ruinas del castillo, subieron a un tejado donde habían nacido hierbajos y saltaron por entre los muros hundidos del inmenso edificio. ¡Se estaba allí tan bien! Sin embargo, se veían montones de piedra sobre los que costaba trabajo subir, por todas partes brotaban abedules y otros árboles, reinaba un silencio de muerte y parecía que en algún sitio iba a aparecer un monstruo cualquiera de faz terrible.
Poco a poco Petka comenzó a sentirse en el campo como en su casa. Olvidó completamente hasta la existencia de Osip Abramovich y del salón de peluquería. «¡Y qué gordo se ha puesto! ¡Se diría que es un comerciante!», decía alegre su madre, gorda también y colorada como un samovar por el calor de la cocina.
Creía ella que Petka tenía tan buen aspecto por que estaba bien alimentado. Pero Petka comía muy poco, no porque no tuviera apetito, sino por que no tenía tiempo. ¡Si se pudiera comer sin mas-