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mente, como todas las gentes de su temperamento para las cuales el pensar no es un juego, una diversión, sino el fondo mismo de su vida.
Ahora, agitado, desconcertado, semejante a una gran locomotora que en medio de la noche negra ha descarrilado, pero continúa moviéndose pesadamente, buscaba el camino, se empeñaba absolutamente en encontrarlo. Pero Luba se callaba y de ningún modo estaba dispuesta a hablar.
—Luba, hablemos tranquilamente.
—No quiero.
¡Todavía!
—Escuche usted, Luba. Me ha pegado usted y yo no puedo estar ya tranquilo.
Ella se echó a reír.
—Bien, ¿y qué? ¿Qué le va usted a hacer? ¿Acaso a presentar una queja a los tribunales?
—No; pero vendré todos los días a su casa hasta que me dé usted razones.
—Todo lo que usted quiera; la dueña se alegrará.
—Vendré mañana, y pasado mañana, y...
De pronto se dijo que ni mañana ni pasado mañana podría venir. Al mismo tiempo le pareció que comprendía por qué Luba le había pegado. Esto le reanimó.
—¡Ahora comprendo! Me ha pegado usted por que la había insultado con mi piedad. Sí, eso fué una estupidez. Se lo aseguro a usted, fué sin querer, pero quizá hay en ello algo de insultante. Puesto que usted es un ser humano como yo...