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—¿Como usted?—dijo ella con malignidad sonriendo.

—Basta, Luba, no se enfade usted. Hagamos las paces. Déme usted la mano.

Luba palideció ligeramente.

—¿Quiere usted que le sacuda otra bofetada?

—¡Pero, vamos a ver, Luba! Le ruego que me dé la mano... como camarada—exclamó él con un tono sincero y grave.

Pero Luba se levantó, y después de retroceder algunos pasos le dijo:

—¿Quiere usted que se lo diga? Una de las dos cosas: o usted es idiota... o no le he pegado a usted bastante.

Y mirándole se echó a reír a carcajadas.

—¡Se diría que es mi escritor! ¡Pero que lo mismo! ¿Cómo queréis que no se os pegue?

Probablemente la palabra escritor era para ella un insulto: le daba una significación especial. Y llena de desprecio, no preocupándose ya del hombre que se encontraba frente a ella, como si se tratara de un idiota o de un borracho, dió algunas vueltas por la habitación con aire independiente.

—A lo que parece te había sacudido una buena bofetada—dijo sonriendo—. Probablemente te está doliendo todavía y no haces más que quejarte.

El no respondió.

—Mi escritor dice que yo sé sacudir bofetadas muy bien. Es quizá más sensible que tú: su rostro es fino, de gentilhombre, mientras que a ti, que eres «mujik» de origen, se te puede pegar todo lo que se