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No sé. Un horror cualquiera. ¡Conozco tan poco esta nueva vida! Tendré que aprender a ser canalla como todos en esta casa. ¿Quién me enseñará? ¿Luba? No; ella misma no sabe. Pero encontraré un medio. Me haré un canalla cumplido, lo romperé todo... ¿Y después? Después, un buen día, en casa de Luba o en cualquier otra casa sospechosa, o en presidio, diré: «Ahora ya no tengo vergüenza; ahora ya no tengo nada que reprocharme respecto a vosotros, porque me he convertido en sucio, en desgraciado y en miserable como vosotros.» O bien me plantaré en medio de una plaza cualquiera y diré: «¡Miradme, ved lo miserable que soy! Yo tenía todo: espíritu, honor, dignidad y hasta la inmortalidad, y todo eso lo he arrojado a los pies de una prostituta solamente porque es impura!...» ¿Qué es lo que dirán aquellas gentes? Se quedarán sorprendidas y me llamarán idiota. Y tendrán razón. Sí, yo soy idiota. Pero no era mía la culpa si yo era puro. Luba y todo el mundo debe ser puro. Cristo mandó que cada uno distribuyera sus bienes entre los pobres, y dijo que hay que dar no solamente la vida, sino también el alma, que es más. Pero ¿es que Cristo pecó con las mujeres perdidas y se emborrachó? No; las perdonaba solamente y aun las amaba. Y bien, yo también perdono a Luba, la compadezco, la amo. ¿Es que se necesitaría que yo mismo pecara también?...»

—¡Esto es terrible, Luba!

—Sí, querido, siempre es terrible mirar a la verdad cara a cara.